Por Daril de la Nuez
Los animales que más comúnmente acompañan al hombre desde la antigüedad, como los cerdos y sobre todo los perros son, como te habrás percatado, bastante diferentes a sus parientes cercanos no domesticados que habitan en el medio natural. Por lo general, nuestras mascotas tienden a ser mucho más suaves, presentar mandíbulas menos desarrolladas, orejas caídas y flácidas, expresión facial más juvenil y, por supuesto, son mucho más amigables y menos temerosas.
¿Cómo llegaron a adquirir tales características obviamente condicionadas por la interacción con los seres humanos? Unos científicos creen tener la respuesta a esta antigua interrogante.
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