Por Daril de la Nuez
Érase una vez, en un tiempo muy lejano, dos gigantescas masas de tierra (una al norte y otra al sur) separadas entre sí por un implacable océano. Este océano impedía que la mayoría de los habitantes de una cada una de estas tierras pudiera visitar a sus vecinos. Esto provocó que, con el paso de los años, los vecinos fueran evolucionando por su cuenta y haciéndose cada vez más y más diferentes entre sí.
Sin embargo, para suerte de unos y desdicha de otros, un día todo comenzó a cambiar. Los terremotos y erupciones volcánicas que desde hace tantos años ocurrían con frecuencia, comenzaron a dejar huellas visibles: unas pequeñas islas comenzaron a emerger del océano, haciéndose cada vez más altas y más alargadas.
Así, un día, ayudado por variaciones en el nivel del mar, las dos enormes masas se unieron a través de un puente terrestre natural, se había destruido la barrera oceánica y acababa de surgir el Istmo de Panamá. Este suceso fue el detonante de un evento paleozoogeográfico impresionante que hoy conocemos como el Gran Intercambio Americano que es, en realidad, el inicio y no el final de esta historia que te he contado.
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